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Innovar

Pablo Bianchi

Ayer, en Buenos Aires, más precisamente en Tecnópolis, se entregaron los premios de Innovar, el concurso nacional de innovaciones que organiza el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva. Por si no lo conocen, es probablemente el premio más importante que se otorga en al país a proyectos innovadores, y ha logrado mantenerse durante 10 años de manera ininterrumpida, lo que no es poco.

Esta fue les decía antes, la décima edición del concurso. Pero lo que me interesa contar es esto: de los 49 premios que se entregaron ayer (en categorías tan diversas como Equipamiento Médico, Alimentos o Agroindustria) 17 fueron para proyectos donde al menos algún integrante es diseñador industrial. En algunos casos, cómo la categoría Equipamiento Médico, los tres premios entregados fueron para proyectos donde el potencial innovador pasaba en gran parte por el diseño. En la categoría Producto Innovador, de los 5 premios 4 fueron para equipos integrados por colegas, y 3 de ellos, para proyectos liderados por diseñadores.

Pero en una categoría particular esa relación entre diseño e innovación se torna más ostensible. Innovar tiene, desde el año pasado, una categoría llamado Innovación en la Universidad (destinado, como dice en las bases a "Proyectos de ciencias aplicadas, en particular de ingeniería, diseño, informática, y en general de todas las definidas por la CONEAU como ciencias aplicadas o ciencias básicas, desarrollados por estudiantes en el ámbito universitario como parte de su actividad de formación"). Por ende, el espectro de participantes es amplísimo. En esa categoría se entregaron 20 premios. De ellos, 10 (¡La mitad!) fueron para proyectos desarrollados en carreras de Diseño Industrial, de las Universidades de Buenos Aires, Córdoba, Mar del Plata y Misiones. 

Estos resultados, en un concurso cuyo jurado es multidisciplinario, pero que está muy sesgado hacia el lado de la Ciencia y la Tecnología (y donde hay un sólo diseñador entre 8) no deja de ser sorprendente, y pone en valor el potencial innovador del diseño como disciplina, y la capacidad de los diseñadores para insertarse en sectores muy diversos, lo que los posiciona como el vehículo ideal para que un invento o desarrollo científico o tecnológico pueda transformarse en una innovación que, ahora sí, transforme de manera positiva la realidad de la gente.